TRECE HOJAS Y UNA PLUMA SIN TINTA

La escritura es una terapia. Gracias a ello hoy podemos disfrutar de océanos de poemas maravillosos, entre los que se incluyen los de Petrarca, los de Garcilaso, los de Bécquer… es decir, las más gloriosas construcciones verbales, que tanto nos ayudan a sobrellevar la existencia, un proceso no siempre fácil en el que nos vemos implicados sin haberlo solicitado.Algunos, los clásicos, apenas dejan entrever esas penas que los incitan a la expresión; otros, los románticos, muestran sus oscuridades de una manera más evidente. Los barrocos lo hacen de un modo más cargado de retórica; los clásicos se inclinan por la pureza y la claridad de la expresión.
André Govett, como joven que es, expresa sus vivencias de una forma romántica, sin mucho encubrimiento. Así, en estos poemas nos habla del dolor de la existencia, muchas veces como consecuencia de las inevitables catástrofes amorosas; de la muerte, del amor por ella y de la añoranza por la vida una vez muerto; de la desesperanza, de la sensación de alienación, del arrepentimiento… En este romántico ámbito doliente, en alguna ocasión también aparece una tendencia a lo oscuro, a lo demoníaco. Pero también surge algún rayo de luz, aunque teñido de tristeza al constatar la insuficiencia de la palabra para expresar la identidad de la persona amada.
Son textos de un autor joven, que afina su instrumento antes de alzar el vuelo a través de una partitura gloriosa.
Miguel Ángel Iñarra Lago
