BOSQUEJO DE INDALECIO MARÍA - Jorge Rodríguez Hidalgo

¿Quién no recuerda “La ventana indiscreta”, de Alfred Hitchcock? ¿Quién no se ha visto tras la mirilla de una puerta o las cortinas de una ventana observando con celo cuanto sucede en el exterior? En Bosquejo de Indalecio María y otros apuntes, Jorge Rodríguez Hidalgo se atalaya frente al ordenador para ver el mundo inmediato, la cotidianidad: los hechos de su vida, pero también los de los vecinos, los de los animales de los vecinos y, más allá, los del prójimo, tan distante en la calle como en el pensamiento propio. El autor se propone descubrir qué sentimientos o pensamientos impulsan las acciones. Pero no intenta moralizar, no ofrece alternativas a los que pudieran considerarse yerros. Al contrario, se deja guiar por la superficie de las cosas, por su apariencia, pues, al cabo, “la cara es el espejo del alma”, como asegura el refranero popular.

Dado que nada es definitivo, ni las miradas son incontestables, Rodríguez Hidalgo plantea la obra desde un punto de vista pictórico: aquel que pasa por todas las fases de la subjetividad del pintor y se acerca y aleja de la verdad de lo mirado hasta convertir la obra en un arriesgado ejercicio de proyección de su propia individualidad. Así, desfilan por las páginas del libro humanos que parecen animales; animales que parecen humanos; hombres que no lo son; autómatas que no lo parecen. Da nombre a la obra el apócrifo de un perro avecindado en el balcón de enfrente del autor. Indalecio María, por mor de la sacralización de la existencia que no distingue entre especies ni razas, es quizá un anacoreta o un filósofo solitario que ladra, o sea, late; que late, es decir, ladra ¿pensamientos, sentimientos? Al final, solo dudas aparecen en el bosquejo de las figuras que el pintor tiene en mente y no logra consolidar en el lienzo. Porque si un latido es un ladrido, ¿una vida de perro puede ser humana?