LA MERIENDA - Júlia Costa

Un canal privado de televisión emite, por las tardes, en directo, un talk show centrado en una situación dramática o conflictiva, con tres participantes anónimos cada día, personas que han sido testimonios o protagonistas de situaciones relacionadas con el tema elegido.

Para una de las sesiones se ha optado por la triste situación de la prostitución humilde o mísera, durante la postguerra, y tres mujeres de edad avanzada han sido seleccionadas para contar su vida y su experiencia. El programa lo presenta y dirigí Mariví Cantavieja, una periodista atractiva y emprendedora, amante y protegida de una vieja gloria de la radio, el cine, el teatro y los medios audiovisuales, Juanjo Badía, mucho mayor que ella.

En una Barcelona en transformación, en la cual alternan la pobreza con la ambición, la fanfarronería y el diseño, en la era Obama, sufriendo ya los efectos de la crisis económica, con dificultades para encontrar trabajo por parte de los jóvenes con estudios, un conjunto de personas de generaciones y situaciones distintas entrecruzarán sus vides alrededor de este programa de gran audiencia, situado en el límite sutil entre la telebasura y las producciones con aspiraciones vagamente culturales.

En clave irónica, más allá de los tópicos al uso o del lenguaje políticamente correcto, la variopinta y diversa sociedad urbana mostrará sus grandezas y sus miserias, sus esperanzas, sus ambiciones, su fragilidad y su hipocresía. Y la gran dificultad para la permeabilidad social, cuando no se pertenece a las élites de siempre.

La Merienda, una de esas meriendas televisivas devotamente seguidas por mucha gente, mujeres en su mayoría, acabará una tarde de forma brusca, con un escándalo imprevisto. Pero todo pasa, los personajes afectados superarán el bache y la vida seguirá, como siempre, a pesar de todo, porque la fama y el éxito están destinados, más pronto o más tarde, al olvido. Con todos sus defectos y sus virtudes, cada uno a su manera, los protagonistas de esta historia coral acaban por desvelarnos, en su conjunto, una nostálgica ternura existencial.