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Desde el silencio – Marcela Chinchilla


La novela Desde el silencio  de Marcela Chinchilla posee los atributos que hacen que una novela, además de una trama que sostiene la historia, transmita emotividad al lector. Pienso que en ello radica el valor artístico de una ficción. Es a través de la vía emocional, que no de la comprensión intelectual del relato, que el lector vive una experiencia emocional que le sacude por dentro y le enriquece. Para mí, esta es la finalidad última de la buena literatura, la definición misma del concepto de «literario» que va mucho más allá de la simple distracción que pueda ofrecernos un texto sin «espesor», por más ameno que sea el relato.

En esta obra, la autora sitúa a sus personajes en un clima cerrado y tenso, a través de un hábil recurso narrativo. Las protagonistas evolucionan atrapadas en una tela de araña de complicidades y mentiras que se irán desgranando a lo largo de una narración bien trabada, en un juego sutil entre presente y pasado. Marcela va trazando, con matices finos y bien estudiados, los perfiles psicológicos de sus personajes, de manera que los vamos descubriendo poco a poco y entendemos, cada vez mejor, sus personalidades y actitudes así como los puntos de vista diferentes que tienen de un mismo hecho: un secreto bien guardado por la escritora que conmocionará y trastornará las vidas de las tres hermanas, a la vez que intrigará al lector y lo empujará a seguir leyendo. Y es a través de estos cambios psicológicos de las protagonistas, producidos por la tensión de una potente vivencia, que el lector irá empatizando con los sentimientos y las emociones de cada una de las tres hermanas. Tres mujeres, tres problemáticas, tres visiones del mundo, tres actitudes que culminan en un bonito capítulo donde el afecto y el pasado común triunfan por encima de las diferencias.

Pero si la narración transcurre centrada en un espacio cerrado, esto no impide que Marcela Chinchilla vaya enriqueciendo su relato con bonitas pinceladas de color. Encontramos el placer de la bióloga por las plantas y los animales: «el cárabo, los sapos parteros, las capuchinas color naranja…». El gusto de la autora por las descripciones paisajísticas, en las que se para y se recrea con adjetivaciones y comparaciones sugestivas, se pone en evidencia en varias ocasiones, ya sea ligado a los estados de ánimo de las protagonistas, ya sea para dar un tiempo a la necesidad de reflexión (…admiró los lirios que crecían en sus orillas y los nenúfares que flotaban en el agua, observó las evoluciones de los pececillos…), ya sea para poner de relieve momentos clave: un paseo tranquilo cerca de un mar (…ahora convertido en una lámina ondulante de plomo fundido…) que anuncia tormenta, una tormenta que estallará a la vez en el paisaje y en los sentimientos de los personajes que asisten a la escena.

Marcela trabaja con minuciosidad los detalles concretos que salpican todo el relato: «…sus ojos, enmarcados por distintos tonos de color arena, con ligeros toques dorados junto al lagrimal y bajo la ceja, se veían más negros y grandes que nunca». La precisión de las situaciones que describe: «Abrió el gran ventanal de la habitación de sus padres y, al ver los pequeños terrados que se distribuían en el interior de la manzana, como en un mosaico, algunos con muebles de terraza, otros con un emparrado e incluso alguno con una pequeña piscina, pensó́…», el detalle con el que nos presenta los espacios por donde transitan sus personajes: «…la mesa de color rojo bermellón, en torno a la cual se disponían seis sillas viejas— sí, más viejas que antiguas, se dijo— pintadas en fucsia, con el asiento de enea algo desvencijado…», convierten la narración en una historia muy visu

Querría destacar, también, los diálogos, una de las partes más difíciles de toda novela. Como dice Gustave Flaubert, la dificultad radica en «escribir bien lo que es banal y conseguir al mismo tiempo que conserve su aspecto natural». Hacer hablar a unos personajes de cosas cotidianas, con un lenguaje que ha de sonar próximo pero que a su vez tiene que conservar un carácter literario, este es el reto y en ello radica la dificultad. La escritora consigue dar vida a sus personajes a través de unos diálogos ágiles que hacen avanzar la acción sin grandilocuencias ni banalidades.

No dudo que será un placer para todos leer Desde el silencio.

Zeneida Sardà 

(Del prólogo del libro Desde el silencio)

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